JOSE BRECHNER
El dinero hace maravillas, compra prácticamente todo lo inanimado y mucho de lo que anima, de lo contrario el vino y la prostitución no existirían desde tiempos bíblicos. También compra amigos y hace enemigos. Por dinero, la mayoría está dispuesta a vender su alma, a los clérigos o al demonio, en ambos casos con el mismo propósito.
Mitt Romney es consciente de su poder económico y, aprovechándolo, está financiando la campaña política más desagradable que se haya visto en mucho tiempo.
La insultante propaganda televisiva desplegada contra Newt Gingrich, únicamente favorece a Barack Obama, quien sigue predicando que es el salvador de la humanidad, pese a que la deuda norteamericana continúa aumentando; el desempleo no baja del ocho y medio por ciento; el Medio Oriente está en caos, incrementándose el poder de los fanáticos islamistas. Irán sigue enriqueciendo Uranio; América Latina se inclina al totalitarismo despótico; la violencia crece en todas partes, y Estados Unidos pierde espacio político y económico en el orbe.
La avidez de Romney por ser presidente no mide escrúpulos. La publicidad negativa debe ser usada con cautela, porque no hay nadie que no cargue con un cadáver en sus espaldas.
Romney no es mala persona, pero está aplicando una táctica resbaladiza, denigrando a sus rivales. Si tiene algo que esconder además de sus cuentas bancarias en Suiza y El Caribe, se sabrá. Su juego entonces se tornará en su contra y puede haber una carnicería en el Partido Republicano.
Hasta el momento él es el peor enemigo de sí mismo. Su discurso, de una línea conservadora moderada, es repetitivo, genérico, aburrido y elude acciones futuras específicas. Cuando se sale del guión dice cosas inconvenientes como que “no le conciernen los muy pobres sino la clase media”, o se pone a cantar en público; distracción musical que puede ser más lapidaria que sus palabras.
Muchos de sus seguidores lo apoyan únicamente porque intentan dárselas de sabios y juiciosos. Opinan que votar por Gingrich podría darle nuevamente la victoria a Obama, pues el ex congresal es diametralmente opuesto al presidente, y consideran que la corriente en el país tira ligeramente a la izquierda. No pensaron que tal vez es la prensa progresista la culpable de inculcar esa percepción y el país es más conservador de lo que calculan.
Esa es la inusual singularidad de esta bochornosa lid. La militancia partidaria, que sólo advierte el peligro cuando ya es tarde, y despierta de su letargo e ignorancia dos semanas previas a las elecciones generales; súbitamente vislumbra el porvenir político norteamericano, asumiendo que Romney es más potable que su oponente pues no es tan conservador como Gingrich.
El error es mortal. Hay que votar por convicción personal y no por lo que uno cree que le conviene al país. Pues lo que le conviene al país es lo que le conviene al individuo.
La honestidad con uno mismo en el sufragio es la base esencial de la democracia, hacer cualquier otra cosa que no sea votar con plena convicción lleva al desastre y, el cargo de conciencia dura toda la vida.
Algunas de las más grandes desdichas de la humanidad estuvieron fundamentadas en aparentes buenas intenciones por el bienestar colectivo.
Votar por alguien que no termina de persuadirnos, siempre acaba mal. Darle el voto a un candidato en desmedro de los propios principios creyendo que se le hace un bien al país, es el peor error que se puede cometer.
El voto es personal y secreto; es egoísta por naturaleza. Eso es lo bueno del sufragio. Hay que hacer lo que le parece a uno. Ahí está el comienzo de la verdadera libertad. Cuando se suman las libertades individuales se conforma una sociedad legítimamente democrática.
El discurso de Gingrich es inteligente; trae respuestas y soluciones concretas a los problemas que crearon Obama y sus antecesores. La exitosa experiencia política que acumuló en 30 años, no tiene precio. Gingrich es solución; Romney es ambición.
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