José Brechner
La salida del ejército estadounidense y la OTAN de Afganistán, después de 20 años y un gasto de 2,3 billones de dólares, equivalente aproximadamente al PIB de Francia, era indiscutiblemernte necesaria.
Dos décadas no sirvieron para acabar con los islamistas radicales y formar una sociedad viable, civilizada y pacífica. Nadie logró hacerlo antes y no había razón para creer que los Estados Unidos y Europa podían conseguirlo ahora.
Afganistán fue invadido por todos y conquistado por nadie. A través de sus áridas montañas irrumpieron los ejércitos más poderosos del momento. Alejandro Magno, los árabes musulmanes del Califato Rashidun, los mongoles de Genghis Khan, el Imperio Británico y, la Unión Soviética. Ninguno logró someter a los fieros Pastunes, la etnia que conforma a la mayoría afgana.
Afganistán es multiétnico y tribal, existen por lo menos 20 razas diferentes, las originarias son caucásicas. De ahí que el público se desconcierte al ver que muchos Talibanes son blancos de ojos verdes.
La competencia por el dominio interno existió desde siempre. Hoy vuelve con una variante. Los habitantes de Jorasan (Khorasan) una provincia al noreste de Afganistán que abarcó históricamente partes de Irán, Turkmenistán, Uzbekistán y Tajikistán, decidieron formar el califato en su territorio, creando una fuerza armada más extremista que el ISIS, denominada ISIL-K (por sus siglas en inglés) un acrónimo para “Estado Islámico de Irak y el Levante-Khorasan”. Su nombre real es: DAESH-Khorasan.
La adopción de la sigla del destruído ISIS es para demostrar que son mejores guerreros que ellos y mucho más estrictos y devotos en su práctica del islam. Están dispuestos a cometer atrocidades monstruosas siguiendo su convicción coránica de que “Un mártir suicida es lo más cercano a un profeta”, que básicamente es su lema.
De acuerdo al Pentágono y la Secretaría de Defensa de Estados Unidos, tiene más dinero que el Taliban, aunque no revelaron la fuente de su riqueza. Los norteamericanos en su desorganizada, apresurada y torpe salida de Afganistán, están dejándoles a los afganos más de 83 mil millones de dólares en armamento ultra-moderno.
La idea del DAESH-K es muy inteligente dentro de su pestilente perspectiva. Consiste en aprovechar el caos interno y alimentarlo -como hizo el ISIS en Siria- aterrorizando a los mismos Talibanes, para fundar un califato en la provincia de Khorasan, que tiene bajo su control.
Es más fácil que hacerlo en un país que tiene un gobierno y ejército leal, como intentaron sus homónimos en Siria. No obstante, las trabas son las mismas. La principal es, que no tienen amigos, igual que el ISIS. O eres uno de ellos o eres su enemigo.
El califato o reino de los musulmanes es ansiado por Irán, Arabia Saudí y Turquía. DAESH-K es la piedra en el zapato.
El DAESH-K es sunita, cosa que automáticamente lo enemista con Irán, su enemigo más cercano y ambicioso. Tampoco es bienvenido por sus demás vecinos: Turkmenistán, Pakistán, Uzbekistán, Tajikistán y la poderosísima China que tiene 91 kilómetros de frontera con Afganistán, donde están los Uigures a quienes los chinos detestan y matan cuando pueden. Para agregarle condimento, tienen a Kashmir en el barrio, lo que puede desencadenar nuevamente la guerra entre India y Pakistán; dos potencias nucleares.
En Marzo de 2021 Irán y China firmaron un acuerdo de cooperación militar y económica por 25 años . Los iraníes y los chinos no tendrán ningún inconveniente en hacerlos añicos y tal vez decidan tomar Afganistán, metiéndose en el mismo embrollo que todos los que lo intentaron anteriormente. Como estos asuntos toman tiempo, el DAESH-Khorasan aprovechará para enviar asesinos de masas a todas partes.
Debido a que el terrorismo suicida es su arma favorita; tienen miles de millones de dólares para contratar mercenarios; pasan desapercibidos en Occidente por ser blancos y, su misión es “divina”; harán llorar al mundo. Dijo el Barón d’Holbach en el siglo XVIII: «Cuando los hombres creen no temer más que a su dios, no se detienen en general ante nada».
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