José Brechner
Que Joe Biden ha perdido sus facultades mentales y físicas, es evidente. El hombre es incapaz de hilar frases coherentes, recordar, o evitar los lapsus linguae. Está débil, alejado de la realidad y sus declaraciones y decisiones ponen en riesgo la seguridad mundial.
Su comentario, calificando a Vladimir Putin de “asesino", es tal vez, la más imprudente declaración que haya hecho jamás un presidente norteamericano. Hay que ser idiota o desquiciado para tildar de asesino al Comandante en Jefe del ejército rival más poderoso y temible que tiene Estados Unidos y que cuenta con 7.500 bombas nucleares.
Afortunadamente, Putin es más inteligente y sensato que Biden y, sabiendo que el "líder del mundo libre” está gagá, no está tomando medidas duras, simplemente llamó a su embajador en Washington, desafió a Biden a un debate en vivo y mordazmente, le aconsejó que cuidara de su salud.
Obviamente, Biden no aceptó el reto, porque sabe que no puede enfrentarse al presidente ruso. Ni siquiera puede responder a las preguntas ligeras que le son adelantadas por escrito por sus periodistas amigos.
Nunca Estados Unidos se encontró en una situación más frágil que la actual. Nada mejor para los enemigos de Estados Unidos que su presidente sea estúpido, Jimmy Carter encabezaba la lista hasta que lo superó Barack Obama. Ahora es el turno de Biden, quien aventaja a ambos.
Su gabinete, nombrado en coordinación con su vicepresidente, está formado por muchos que no cumplen con los requisitos de idoneidad para ejercer sus cargos. Su elección fue, muy al estilo de moda, basada en su apariencia u origen, más que en su conocimiento.
Entre los elegidos para gobernar están todos los especímenes del zoológico humano, elegidos por su "diversidad”. Las contradicciones intelectuales de esta gente están dentro del marco de la esquizofrenia cultural. Los eligieron por ser mujeres, de otra raza o religión, por ser homosexuales o transvestistas, en fin, todo aquello que las izquierdas consideran relevante en esta era de clichés y oscurantismo.
La sonriente Kamala Harris que no puede esconder su felicidad de saber que será la primera mujer presidente de Estados Unidos es una feroz izquierdista, burdamente superficial, hipócrita y falsa.
Se dice ser “negra” cuando le conviene, como si uno no pudiese ver los colores. (En el país en el que yo nací ella sería "blanca”, pero estamos en la época en que puedes decir que eres mujer aunque tengas un pene). Y, se dice “asiática”, si es que las circunstancias le favorecen. Harris nació en California y sus padres son de Jamaica e India. Ambos, activistas de izquierdas, se conocieron en Berkeley en los 60s.
Para aumentar sus rasgos “afroamericanos”, durante su campaña electoral intentó hablar como los negros de Estados Unidos y el acento no le salió por ningún lado. Se vio como es; burda, falsa, hipócrita.
Se dice "feminista” pero solamente defiende a las mujeres si su depredador es de derechas. No hizo un solo comentario sobre las ocho acusaciones de acoso sexual contra Andrew Cuomo, el gobernador de New York.
Cuando Brett Kavanaugh, juez de la Corte Suprema de Justicia, fue interrogado por el Senado para asumir el cargo, Harris salió aguerridamente a defender a una mujer que acusó a Kavanaugh, sin ninguna prueba, de haberla acosado sexualmente en el colegio secundario.
Harris es abogada, ejerció como senadora durante cuatro años, fue Fiscal General de California, vivió una vida confortable desde su nacimiento. Sus posturas políticas son radicales. Se autocalifica de progresista. Está en la superficial onda destructiva del momento y seguirá sonriendo hasta que se choque con Khamenei, Putin, Xi, Kim y los terroristas islamistas; que también están sonriendo.
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