José Brechner
El pasado siete de octubre, el periódico El País de la pequeña localidad de Tarija en Bolivia, publicó un artículo de "investigación", firmado por Daniel Rivera, Mariana Tórrez y Guadalupe Castillo, para descalificar a la Industria Químico Farmaceútica Sigma Corp., de Cochabamba por tener el monopolio de venta de alimentos nutricionales para personas de la tercera edad en el país sudamericano.
El insustancial artículo carente de profundidad y seriedad pudo ser escrito por un mediocre alumno de secundaria, no obstante los tres firmantes se dan el rango de "investigadores". Detrás de la difamación, se encuentran Connectas y el International Center for Journalists que son los que pagaron a los tres redactores para que fabriquen una historieta.
Su sondeo consistió en revisar documentación pública sobre las ventas de Sigma. Esos papeles están a disposición de cualquiera, porque la farmaceútica no tiene nada que esconder. Trabaja de forma abierta, pagando impuestos y cumpliendo con todos los requisitos que exigen las leyes.
Laboratorios Sigma, con más de 40 años de impecable labor, pasó a primer plano bajo la dirección de Sergio Pol, un ingenioso empresario que elevó a la empresa a niveles nunca alcanzados en el pasado. La transformó de pequeña firma local en una multinacional que exporta productos nutricionales, vitaminas y medicamentos. Hecho inusual en un país donde la creatividad comercial es raquítica. Las exportaciones por lo general se limitan a las materias primas y la cocaína.
Si Sigma tiene la mayoría de las ventas de productos medicinales y nutricionales, que están aprobados por Unicef y la FDA, es precisamente por ser una empresa confiable globalmente, en un rubro meticulosamente escudriñado, pues está en juego la salud de las personas. Sigma se ganó su lugar con mucho trabajo. Si hubiese otra industria comparable en Bolivia o Sudamérica, seguramente podría hacer lo mismo.
La estupidez del artículo es vergonzante. Acusa a Sigma de estar produciendo Favipiravir (Avifavir, Avigan) uno de los pocos medicamentos efectivos contra el COVID-19 y de tener el "monopolio" (nuevamente) para su elaboración y exportación.
El Favipiravir fue inventado por Fujifilm de Japón, donde están renovándose para fabricar millones de dosis para uso doméstico y exportar, igual que en Rusia, Canadá, India y Estados Unidos. Algunos están aún en fase tres.
La licencia para fabricar y distribuir este remedio contra la plaga más horrorosa que ha golpeado a la humanidad, la tiene Sigma para ocho países de América Latina. Sin embargo, en vez de ser felicitada y premiada por este logro, único en la historia farmaceútica de Bolivia, los seudo periodistas tratan de menoscabar semejante éxito.
Los ignorantes redactores, ni siquiera entienden cómo funciona el mundo de los medicamentos y cualquier producto novedoso. Hay algo que se llama "patentes". Cuando un laboratorio químico patenta una droga o producto nuevo, tiene derecho a la exclusividad nacional y/o mundial. Esta ley es aplicada en todo el planeta, menos, obviamente, en la importante Tarija.
Los medios de comunicación bolivianos, cobardes e hipócritas como El País, soportaron una dictadura neocomunista de 14 años sin libertad de prensa, pero no por eso dejaron de ganar dinero, simplemente, se vendieron al estado. ¿Dónde estaban los periodistas de El País en ese tiempo, que jamás abrieron el pico contra el autoritarismo?
Los periódicos que se quieren hacer a los valientes denunciando un delito inexistente, podrían investigar el mundo de la cocaína y el narcotráfico en Bolivia; al fin y al cabo el dinero generado por el narco es la mayor fuente de ingresos en el país. O tal vez hay que hacer al revés, investigar a los medios y sus periodistas para saber por qué no investigan a los narcotraficantes.
También deberían cuestionar a las empresas importadoras que hicieron negociados con el estado, sin aportar con nada constructivo a la sociedad. Simplemente trajeron artículos del exterior y se los vendieron a sobreprecio a sus cómplices gobernantes socialistas. Sigma no alimenta al gobierno sino al pueblo.
Connectas y el ICFJ son instituciones sin fines de lucro, lo que significa que son mantenidas por poderosos millonarios con intereses políticos. Curiosamente, el ICFJ recibe dinero de entidades antagónicas como el National Endowment for Democracy y The Open Society Foundation entre otras, asunto que resulta extraño, pues una es de derecha y la otra de izquierda. ¿Cómo lo logran? Es algo que el ICFJ debería informar.
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