Por José Brechner
Las manipulaciones de las izquierdas para tergiversar la realidad siguen en aumento. Jorge Ramos se ha convertido en el defensor de los criminales que se introducen en los Estados Unidos por su frontera sureña, como si estos fueran ciudadanos respetables. México es uno de los países de mayor delincuencia en el mundo. Anualmente, más de 20.000 personas mueren asesinadas por los cárteles y otros homicidas menos organizados.
De los 20 países más peligrosos del mundo (debido al crimen) 15 son latinoamericanos; principalmente centroamericanos. Entre ellos está México, que tiene una estructura policial y política completamente corrupta, incapaz de brindarle seguridad a sus ciudadanos. Cualquiera que tiene una vida relativamente más digna que la mayoría, necesita andar con guardaespaldas.
Las mafias mexicanas son las principales contrabandistas de droga hacia los Estados Unidos. Meten miles de toneladas de cocaína, heroína, marihuana (que está dejando de ser buen negocio pues se está legalizando) y las sintéticas de moda, que son las que más se venden entre los descerebrados que tienen al celular como único amigo.
Trump prometió construir una muralla entre Estados Unidos y México; igual que hacían las monarquías en el pasado para proteger a sus ciudadanos de los ataques enemigos. La Gran Muralla China es la que mejor irradia la importancia de defenderse. Gracias a ese escudo arquitectónico, es que los chinos lograron multiplicarse sin ser aniquilados. Y mientras más numeroso es un pueblo más temible es.
Como vivimos en la época de la imbecilidad colectiva, denominada Corrección Política, los demócratas norteamericanos y Jorge Ramos, que juega en ese equipo, salieron con una nueva denominación para los criminales que ingresan a escondidas a los Estados Unidos, llamándolos “indocumentados”.
Según Ramos, no puede haber gente “ilegal”, dice que los seres humanos somos todos “legales”. (Una nueva “humanitaria” definición PC que no armoniza con la realidad de un espacio con leyes y jurisprudencia, llamado “mundo civilizado”).
¿Cómo se llama a un terrorista que cruza la frontera de un país por un túnel o esquivando a las autoridades policiales y migratorias; “indocumentado”? Un indocumentado es alguien que no tiene documentos. Todos los que cruzan la frontera norteamericana, poseen un nombre y apellido, un certificado de nacimiento y cédula de identidad, de lo contrario no existirían civilmente, en sus propios países.
No entraron “indocumentados”, entraron “ilegalmente”. El gobierno norteamericano no tiene problema en aceptar personas que ingresan “legalmente”, el conflicto es que algunas nunca corrigen su situación migratoria para convertirse en residentes o ciudadanos. Pero ni siquiera ese es el tema de fondo. El caso que preocupa es el de los criminales, que obviamente entran a ocultas, son sanguinarios y sus principales víctimas son latinas, pues es en sus barrios y ciudades donde se encubren.
Es apropiado recordar que, en las Américas, México es el país con las leyes más discriminatorias y estrictas contra los inmigrantes. Cualquiera que intente ingresar sin visa a su territorio es inmediatamente apresado y deportado.
Así como Estados Unidos es la alternativa más deseada para progresar que tienen muchos mexicanos, México es el paraíso para muchos latinoamericanos. La hipocresía de sus autoridades y portavoces es vomitiva.
Debido a que yo soy boliviano, cuando quise viajar a México faltó que me pidieran la vacuna de mi perro (y él no viajaba; tenía otros asuntos que atender). A los argentinos, chilenos, brasileros y otros latinoamericanos que no son emigrantes masivos, no les piden nada.
Lo peor de esta pantomima anti muralla, anti Trump, anti seguridad; es que los mexicanos, siendo de las mejores personas de Latinoamérica (el pueblo más feliz de este lado del orbe según un sondeo mundial). Habiendo contribuido al desarrollo de los Estados Unidos desde sus inicios, pues estuvieron aquí antes que los ingleses, holandeses e irlandeses, están siendo motivados a tornarse izquierdistas y perder todo lo que construyeron gracias al capitalismo, por la nefasta influencia progresista de los demócratas.
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