Por José Brechner
De manera similar a los meteorólogos que nos indican que mañana va a llover, a menos que no llueva (y estudiaron muchos años para llegar a esa conclusión) mis pronósticos políticos pueden llegar a suceder en 2018 o no, pero que sucederán en los próximos tres años es un hecho ineludible.
Estados Unidos, Japón y Corea del Sur, atacarán a Corea del Norte, asegurándose de que la tiránica dinastía Kim llegue a su fin. Unificarán a ambas Coreas bajo el mando de los sureños y la península incrementará su poderío económico añadiendo mano de obra a sus industrias y mejorando la vida de los raquíticos norteños.
La segunda gran guerra en la que los Estados Unidos se verá directamente involucrado será con Irán. Arabia Saudí, Egipto, Jordania, Irak y Estados Unidos atacarán a Irán e Israel seguramente se encargará de Hezbollah en el Líbano.
Pensar que la caída del régimen de los ayatolas podría hacer que Irán vuelva a occidentalizarse retornando al estilo de vida que existía durante el gobierno de Reza Pahlavi, es difícil de divisar, aunque no imposible. Existen millones de jóvenes cansados de la teocracia, pero parece que la mayoría de la población apoya la sharía como sistema legal para dirigir sus actos.
La caída de Irán traería grandes beneficios a Líbano, Siria y Latino América, que se encuentran invadidos con terroristas de Hezbollah. En Líbano y Siria, el dominio chiita es total, en Latinoamérica su presencia es minúscula, pero de importante influencia sobre sus aliados, Venezuela y Bolivia.
La caída de Irán no significa que el mundo se convertirá en una taza de leche. El islam radical sunita tiene atrapado a Europa. Serán los europeos los que tendrán que pelear su guerra interna. Para hacerlo deberán dejar de pensar como europeos y empezar a entender la mentalidad árabe-musulmana. Si no lo hacen, y no lo están haciendo, sus ciudadanos nadarán en sangre.
Para librarse de los musulmanes, los europeos deberán tomar medidas de corte nazi, que nadie quiere que se repitan. Lamentablemente, las alternativas adicionales son pocas, la menos agresiva sería la repatriación forzada de los árabes y turcos a sus países.
Cuál será la posición de Arabia Saudí una vez que Irán sea derrotado, es difícil de vislumbrar. Los saudíes están jugando a la moderación. El futuro monarca, Mohamed Bin Salman, precisa de Israel para combatir a Irán y Hezbollah, y modernizar su país tecnológicamente. Sin embargo, culturalmente, los saudíes mantienen la sharía como ley suprema, quieren ser los soberanos del califato y su objetivo celestial es hacer que desaparezcan el cristianismo y judaísmo. En términos concretos, ningún país árabe es confiable.
En 2018 los Estados Unidos seguirá sufriendo internamente la batalla izquierdista anti Trump. Los demócratas no aceptan su derrota, pero eso podría llegar a su fin en el momento en que James Comey y otros poderosos del FBI sean enjuiciados y condenados por adulterar los resultados de las investigaciones sobre los actos ilícitos de la ex candidata presidencial Hillary Clinton, quien también será procesada.
Trump se vislumbra como un excelente presidente. Gran ejecutivo, cumple con su palabra, no es el político con experiencia, versado y elocuente, pero la gente está cansada de los políticos profesionales. La mentira, el oportunismo, la corrupción, en Washington; dan asco.
En América Latina, los países están empezando a comprender que se equivocaron al elegir a gobiernos izquierdistas y están empezando a circular sobre el camino democrático moderado, mudándose a la derecha, con excepción de Venezuela, Nicaragua y Bolivia.
Nadie quiere golpes de estado ni lucha armada, sin embargo, Venezuela y Bolivia no ofrecen otra alternativa. El castro-comunismo ha carcomido sus instituciones republicanas y no se observa una salida pacífica.
Los venezolanos no tienen intención de levantarse en armas contra su dictador, esperan por una imaginaria solución democrática. En Bolivia el temperamento vernáculo es diferente. Si Evo Morales y su partido no dejan el poder, los enfrentamientos violentos están garantizados. En lo único en que Bolivia es el número uno y campeón invencible en el mundo, es en cambiar gobernantes.
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