Por José Brechner
Islam significa “sometimiento” o “subyugación”. Sometimiento a Alá y sus leyes, ligadas a la subyugación a aquellos que se encargan de imponer sus maneras: los clérigos, los ulemas, los ayatolas, el califato.
El propósito del islam es el dominio del mundo. De acuerdo a su fe, absolutamente todos los seres humanos deben aceptar la religión y forma de vida islámica especificada en el Corán. No hacerlo, se paga con la muerte.
Intentar de encontrar un punto de entendimiento con los islamistas es imposible. Su obsesión religiosa es un mandato divino, indiscutible.
El dominio del mundo ha sido siempre motivo de guerras. Nunca faltó algún delirado emperador, dictador, o grupo de totalitaristas unidos, que quiso ser amo y señor de los demás. La ofuscación de los ególatras poderosos es invencible. Para contrarrestar sus abusos, la única solución es la lucha armada.
¿Se podía negociar con los inquisidores? ¿Se podía negociar con los nazis? ¿Se podía negociar con los comunistas? ¿Hay alguien que pensó que los judíos podían reunirse con Goebbels o Hitler y encontrar una salida pacífica contra su odio irracional?
Si Hitler no gustaba de los judíos podía haberles dicho que se fueran de Alemania, como hicieron otros tiranos antisemitas que los expulsaron de sus países. Hitler quería exterminar a los judíos. Lo mismo quieren hacer los musulmanes con aquellos que no son musulmanes y no desean serlo.
Esta es la situación con el islam, y no empezó hoy, sino desde el primer día de su existencia hace aproximadamente 1400 años. Ningún humano va a convencer a los emisarios de Mahoma, de que sus ideas están equivocadas. El adoctrinamiento ha sido implantado desde que nacieron.
La analogía fácilmente comprensible más cercana es el cristianismo. El cristianismo empezó imponiéndose por la fuerza, hasta llegar a apaciguarse y buscar la persuasión como instrumento de conversión a su causa.
El cristianismo no ha dejado de pensar en que debe dominar el mundo, simplemente ha cambiado su manera de querer hacerlo, a través de las buenas acciones y el amor al prójimo. En la Biblia no existen leyes que instruyan a la aniquilación de los demás como ordena El Corán.
Los estudios indican que entre 25 y 30 por ciento de la población musulmana en los países árabes, apoya al islam radical. En números representa alrededor de 400 millones de personas. En Europa y el resto de Occidente donde hay unos 50 millones de musulmanes, la proporción de apoyo al radicalismo asciende al 65 por ciento.
Los islamistas cuentan adicionalmente con el apoyo de grupos de extremistas-izquierdistas-totalitaristas no musulmanes, y principalmente con el soporte de grupos auto-designados “moderados”, también de izquierda, que, en su ingenuidad o ignorancia, creen que hablando de “paz y amor” van a convencerlos de que dejen de poner bombas. Estos son los más peligrosos pues conforman un enorme equipo de tontos útiles.
Los tontos útiles consideran que hay que abrirles las puertas de Occidente a los islamistas, que disfrazados de “refugiados” aprovechan para crear redes de terroristas que están sumergidos en decenas de miles de lugares, esperando el momento de actuar.
Decir que el futuro es aterrador, es un eufemismo. El presente es apenas la sinopsis de lo que se aproxima. En cualquier momento, en cualquier lugar, un fanático religioso puede atacar a una o varias personas, con el convencimiento de que su asesinato lo acerca a Alá. En el futuro, cada vez más cercano, serán miles, en todas partes, asesinando gente. Serán más los asesinos que la policía, como ya sucede en Suecia, Francia e Inglaterra.
Imaginar vivir en paz con gente que guarda tan profundo odio hacia los que no comparten sus ideas, es utópico, irreal, estúpido. La única solución objetiva, es la aniquilación de los fanáticos, o su expulsión a los países árabes.
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