Por José Brechner
Así como los terroristas islámicos se pasan el día pensando en nuevas formas de atacarnos, las organizaciones de inteligencia del mundo civilizado tratan de encontrar nuevas maneras de defendernos.
Los resultados demuestran que los terroristas están ganando la batalla, pues Occidente sigue empecinado en combatir a tipos sin escrúpulos, con leyes y formas políticamente correctas.
En el último atentado en Jerusalem, en el que un camionero atropelló a decenas de cadetes, asesinando a cuatro e hiriendo a 17, los soldados corrieron y buscaron refugio en vez de contraatacar al conductor inmediatamente. La razón: El soldado israelí que meses atrás liquidó a un terrorista herido, después de que éste apuñaló a su mejor amigo en la calle, fue condenado a prisión por los jueces israelíes.
Este es sólo uno de los imperdonables errores de la justicia judía, que condena a un soldado en un país en guerra, como si fuese un civil, y juzga a los terroristas como si fuesen delincuentes comunes y no asesinos premeditados.
Israel forma a sus soldados bajo elevados principios morales, mientras que los terroristas no tienen moral. De los miles de prisioneros que Israel liberó a través de los años, siempre en intercambios grotescamente desproporcionados; “mil árabes por un israelí”, jamás, ningún prisionero árabe dijo que haya sido torturado o maltratado.
Los israelíes se han vuelto tan civilizadamente incoherentes, que pretenden establecer una relación de convivencia, con tipos que no aceptan su derecho a existir. Es como proponerle amistad a Goebbels. La falta de entendimiento del problema, es total.
En una guerra donde el motivo de combate es el odio musulmán a la forma de vida occidental, no hay lugar para la negociación. Nada, aparte de la conversión o sumisión al islam va a satisfacer a los Palestinos, ISIS, La Hermandad Musulmana o Irán.
Combatir una ideología es difícil. Combatir una autosugestión religiosa, es peor.
Hay que tomar al toro por las astas, hay que atacar con las armas que el supersticioso enemigo más teme.
Los musulmanes se inmolan o atacan sin temor, con la convicción de que llegarán al paraíso, a menos de que sean impuros. Uno de los principales motivos de impureza, consiste en comer o tocar un cerdo. Lo peor que les puede suceder es entrar en contacto con el cadáver de un puerco, de manera que ni siquiera lo pueden matar, porque contamina todo lo que se le acerque. Si por cualquier circunstancia hacen contacto con ese animal, se les acaba la razón de vivir y de morir.
Para sacar a los musulmanes de Israel, Francia, Suecia o Alemania, lo único que hay que hacer es llenar sus barrios con cerdos. Lo mismo debe hacerse en las fronteras de Israel; soltar decenas de miles de cerdos para que vagabundeen por las zonas conflictivas.
Hay que bañar sus ciudades con grasa de puerco, para que ni siquiera puedan vivir ahí. Hay que enterrar a sus terroristas muertos, con pedazos de cerdo en sus tumbas. Hay que adoptar un cerdo como mascota. Es tanto o más inteligente que un perro. Los cerdos son capaces de resolver problemas y pueden recordar algo que se les enseñó una sola vez, hasta cinco años más tarde.
A diferencia de lo que piensa la mayoría; el puerco es un animal limpio. Ni siquiera tiene glándulas sudoríparas que emitan mal olor. La razón por la que se revuelca en el lodo o la mugre, es para protegerse de los rayos solares pues su piel es muy sensible. Es el único animal del que los médicos utilizan su dermis para hacer injertos en humanos y usan sus vísceras para realizar trasplantes de órganos.
El frente de batalla no sólo está en Siria, Irak o Gaza, el frente es cualquier lugar. Si los musulmanes pueden pasearse amenazantes por las veredas de Occidente, bloqueando calles para arrodillarse a rezar, los occidentales podemos salir a pasear con un cerdito.
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