Por José Brechner
El Islam no sólo es una religión, sino una práctica política que no admite el libre albedrío, de manera que es incompatible con la democracia.
Al ser absolutista, no puede ser cuestionado, pues el hacerlo es penado con la muerte. Sus fieles están dispuestos a cualquier cosa con tal de imponerlo, confiados en que recibirán su recompensa post-mortem. Frente a tan descabellado precepto, es imposible morar con los musulmanes.
La mayoría de los yijadistas, son mercenarios. No les importa si la organización que les paga se llama Al Qaeda, Hamas, ISIS, o Zanahoria. Mientras reciban dinero, ellos continuarán su “misión divina” de conquistar el mundo.
Cualquier persona racional puede deducir que no es posible coexistir en libertad con fanáticos violentos, pues tarde o temprano habrá un enfrentamiento. La confrontación se torna más factible cuando los fanáticos son anacrónicamente primitivos y desean imponerse sobre sus civilizados vecinos.
Es erróneo creer que porque algunos de los bárbaros se educaron en colegios y universidades occidentales, estos se pulieron. Su religión sigue siendo la misma y el proceso de evolución interior es lento; puede demorar milenios.
Israel tiene que dejar de conceptuar que podrá llegar a un acuerdo con los palestinos. Ellos no quieren compromisos, nunca cumplieron con ninguno.
Principalmente, con el de reconocer el derecho a la existencia de Israel. Quieren eliminar a los judíos y por supuesto a los cristianos, que prácticamente fueron aniquilados o huyeron de los lugares donde habitaban, antes que los mahometanos.
La idea de dos estados, uno judío y otro musulmán en el mismo sitio, es una trastornada alucinación de la izquierda israelí. Los laboristas introdujeron la premisa porque se consideran más bondadosos y compasivos que los demás. En realidad son superficiales e inequívocamente irrealistas.
La convivencia ha fracasado, pero se convirtió en lema. Incluso la derecha está persuadida de que se puede compartir el mismo suelo con individuos que fueron adiestrados para odiar y asesinar desde que nacieron. Es hora de afrontar la realidad; no se puede vivir codo a codo con crueles, bestiales, criminales suicidas.
La historia testifica que los estados se solidificaron después de batallar numerosas guerras. Esa es la ley de la vida. Ningún desubicado soñador puede cambiarla.
Si los israelíes quieren sobrevivir al terror generalizado, deben expulsar a los musulmanes radicales de su patria, principalmente de Judea y Samaria, lugares bíblicos que los árabes reclaman falsamente como suyos. La palabra judío proviene de Judea y samaritano de Samaria. Ambas comarcas, arqueológicamente comprobadas, pertenecieron siempre al pueblo judío. Son su cuna.
Si Israel va a esperar a que el terrorismo masivo cunda en el mundo para tomar medidas drásticas que obtengan el beneplácito de los europeos y las izquierdas, pondrá a su población en peligro mortal. Los islamistas están haciendo de las suyas en Europa y Estados Unidos, pero no todavía en gran escala.
La encrucijada es tortuosa. Hay que diferenciar a los musulmanes radicales de los moderados, y enviarlos a Jordania, Líbano, Arabia Saudita o los Emiratos, donde no los quieren. Ideal sería que los despachen a Europa, donde son apreciados y bien recibidos.
¿Es discriminatorio? Sí, totalmente. Hay que saber discriminar entre el bien y el mal. El que no puede hacerlo, es un amoral, inmoral, o imbécil.
Israel les otorga a los árabes los mismos derechos que a todo ciudadano; ningún país árabe obra de igual forma con los no-musulmanes.
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