Por José Brechner
Profetas, visionarios, adivinos y charlatanes, existieron desde tiempos inmemorables. ¿Quiénes son creíbles y quiénes no? La respuesta es simplísima: cuando las profecías se cumplen, el profeta es verdadero, y si no se cumplen, es falso.
Según la tradición judeocristiana para considerar a un profeta como legítimo, tres de sus profecías deben plasmarse. No obstante, como los profetas son de carne y hueso, y los gurúes, agoreros y charlatanes abundan, aquél que es un visionario para unos, puede ser un charlatán para otros.
Hay 2.000 millones de cristianos que creen en Jesús, lo consideran el hijo de Dios, el Mesías. Paralelamente, hay 5.000 millones de humanos que no son cristianos y no creen ni en Jesús ni en las escrituras bíblicas.
Así como para los cristianos Mahoma no significa nada, para los musulmanes, Jesús tampoco. Sin embargo los musulmanes se adjudican el derecho de insultar e incluso asesinar a aquellos que no piensan como ellos, y les niegan el mismo derecho a los otros.
La visión absolutista de las religiones, hace que los que practican algún credo se crean dueños de la verdad irrefutable, y no admiten ningún cuestionamiento porque el fanatismo religioso es el más profundo, usualmente inculcado desde la niñez.
Es engañoso, porque si crees en todo lo que dicen los clérigos o los libros considerados sagrados; eres un ingenuo. Y si no crees, eres un hereje. El absolutismo teológico no permite dudar. De ahí deriva el inmenso poder de las religiones organizadas. Se basan en inculcar el temor a algo más grande que el ser humano. Alguien, o algo, perfecto y poderoso, bondadodo pero temible, que está presente en todas partes y en todo momento, vigilando tus movimientos e inclusive tus pensamientos.
Para promover una religión o ideología hay que hacer “proselitismo”, y éste es siempre el causante de las peores desgracias de la humanidad. El proselitismo está vigente en el Cristianismo y el Islam. Ambas creencias quieren que todos sigan a rajatabla su verdad; absoluta, divina e incuestionable.
En un escenario análogo, los partidos políticos tratan de convencernos de que ellos solucionarán los problemas de la gente. Más su proselitismo es relativista, está basado en ideas engendradas por hombres comunes y está permitido discutirlas.
Se puede decir tranquilamente que el comunismo y el nazismo son una inmundicia, y que Stalin y Hitler fueron unos criminales, pero no se puede hablar de la misma forma de alguien que es considerado un santo o un dios. Si lo haces, tocas fibras muy enraizadas en sus creyentes, que son capaces de degollarte por hacerlo.
El Judaísmo prohíbe hacer proselitismo. El Talmud dice: “No harás proselitismo, pero bienvenido es el prosélito”. El Budismo transmite un pensamiento similar, aunque de vez en cuando aparece algún gurú mágico que se da unas vueltas por Occidente en sandalias y retorna a la India en un Rolls-Royce, seguido de miles de rubios con sandalias.
Musulmanes y Cristianos son los que están más prendidos en la batalla actual, pues ambos quieren prevalecer sobre los demás.
Este embrollo religioso viene cargado de pesados ingredientes políticos, pues si dominas espiritualmente, dominas totalmente. Los reyes europeos conscientes de esto, pelearon varias guerras contra los Papas, hasta que los arrinconaron y tranzaron por la mutua convivencia, siempre y cuando El Vaticano y sus prelados se sometieran a las monarquías.
Hoy, los monarcas musulmanes usan del clero para mantenerse en el poder y doblegar a sus súbditos, de forma semejante a los reyes europeos del pasado. Su religión es su instrumento político. Consecuentemente, cuando una religión se convierte en un arma para dominar políticamente, tienes todo el derecho de combatirla.
Mahoma, según sus seguidores, profetizó centenares de eventos que se cumplieron, pero gran parte de sus profecías fueron realizadas o comandadas por él mismo. Como era guerrero y manejaba ejércitos, presagiaba que algún pueblo iba a perecer, entonces enviaba a sus huestes y lo eliminaba. Es como que Obama diga: Caracas va a arder en llamas en cinco meses, y cinco meses más tarde le tira una bomba atómica. A un profeta de esa categoría no hay por qué respetar y menos aún alabar.
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