Por José Brechner
Sin lugar a equivocarse, el individuo más aborrecible que existió en el mundo del deporte fue Diego Armando Maradona, quien más allá de su habilidad para meter goles tramposamente, es un vulgar patán.
No se puede esperar mucho a nivel de educación o buen comportamiento de algunos que llegaron a ser grandes futbolistas, pues en muchos de los casos, estos salieron de alguna zona empobrecida y crecieron en hogares disfuncionales, donde lo único que tenían cuando pequeños para entretenerse y escapar del infierno familiar, era una pelota.
Sin embargo, así como unos se quedaron con los hábitos y costumbres de la vida del barrio bajo, o se transformaron en vistosos “nuevo ricos”; otros se superaron a niveles que sirven de ejemplo a quienes disfrutan de jugar u observar el popular deporte. El más notable es Pelé.
El caso del antropofágico Luis Suárez es relevante, porque no sólo permite apreciar la conducta antideportiva de este primitivo sujeto, sino que muestra una faceta del Uruguay desconocida por la mayoría. Miles de uruguayos, sino todos, apoyan a su versión charrúa de Hannibal Lecter. Las calles orientales se llenaron de ruidosos defensores de la nueva bestia del fútbol.
Ocurre que los uruguayos no son muy diferentes a los argentinos, que según las encuestas siguen considerando en su mayoría (52%) que Maradona es lo más grande que parió su país. Obviamente los únicos que lo superan en popularidad son, el finado dictador Juan Domingo Perón y su santa esposa, Evita.
Los uruguayos cuentan con algunas de las mismas deficiencias rioplatenses que hace a los argentinos poco queridos por los demás hispanoparlantes. Sin duda los uruguayos son más humildes que los argentinos, pero no por una condición cultural, sino que no tienen mucho de qué jactarse, aparte de su fútbol.
Que un país tan diminuto haya llegado a ocupar posiciones de importancia en el fútbol mundial, derriba aquellos inconsistentes comentarios de que Brasil es poderoso en ese deporte porque son muchos millones que lo juegan todos los días, principalmente en las favelas.
Los uruguayos son buenos en el fútbol porque son grises y aburridos, y no encontraron muchas formas adicionales de pasar el tiempo más que pateando una pelota. Uruguay es el país con mayor cantidad de suicidios de América Latina, particularmente de suicidios juveniles. (Le sigue Argentina).
El uruguayo promedio es un fanático fogoso del balonpié, que no lo diferencia de sus vecinos del otro lado del Río de la Plata. El tema central de conversación en cualquier café de Montevideo es el fútbol. Igual que los argentinos, son todos expertos, y cualquier mesero puede suplir al mejor Director Técnico.
En este segundo caso de “antropofagia interrupta” que les toca vivir a los uruguayos; --la primera fue cuando cayó el avión en Los Andes y recurrieron a comerse a los muertos, tema que queda en la oscuridad de los actos más atroces y penosos de la historia--; la corruptísima FIFA obró con benevolencia, porque la mordida fue vista por cientos de millones y no les quedó más opción que sancionar al jugador.
Lo más repulsivo de Suárez, es que cuando lo entrevistaron después del partido, dijo que esas son cosas que suceden en el fútbol. Tal vez en el que él practica, pues es reincidente. Adicionalmente, después de mascar a su sorprendido contrincante, hizo el característico teatro post-foul tirándose al piso acariciándose la dentadura como si él hubiese sido el agredido.
La conclusión a la que se puede llegar después de este desagradable episodio que denigra cada vez más a este deporte de masas que suplanta cada vez menos al Circo Romano, es que a los carnívoros rioplatenses hay que dejar de servirles parrilladas, pues parece que les provoca instintos canibalescos.
Al fin y al cabo la elogiada parrillada, es la forma cavernícola de comer animales, por eso somos los hombres quienes nos jactamos de saberla hacer, ya que basta con poner la carne al fuego. En el caso de Suárez, la prefiere cruda.
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