Por JOSE BRECHNER
Pasaron muchos años desde que los venezolanos se jactaban de su riqueza, lucían lo más caro y se hacían a los conocedores de las mejores cosas que el dinero puede adquirir.
Durante su auge como nuevos ricos, vivían de las apariencias y de quién es más “sofisticado”, o sea carente de naturalidad y sencillez. Es que cuando el dinero le llega al que no está preparado, sale a flote el fanfarrón sin clase.
En los restaurantes caraqueños era común que algún comensal exigiese un champán a siete grados centígrados, no podía estar a ocho grados, sería motivo de escándalo y bochorno para el garzón. El especialista en bebidas caras, con delicadísimo paladar, después de haberse entrenado masticando arepas, empanadas y cachapas, necesitaba beber el champán a la temperatura perfecta. Esa era la Venezuela necia y superficial antes de Chávez.
Cuando el destructor de Venezuela entró en la contienda electoral, las clases medias no se ponían de acuerdo en cuál debía ser el candidato que las representaría cabalmente. Y pese a que el Teniente Coronel tenía un pasado golpista, llegó al poder sin ningún problema. Sus refinados opositores seguían bebiendo champán a siete grados exactos.
Durante el tiempo que Chávez gobernó, no tuvo quién le ponga freno. Los venezolanos que pudieron se fueron a vivir a Miami, dejando el país en manos de los que no tienen dinero para comprar champán. Ahora lo beben los nuevos millonarios socialistas.
Es después de la muerte del militar que el pueblo está reaccionando contra la dictadura. Su heredero, un comunista ignorante, insensible y peligroso, reprime hasta matar.
Mientras tanto la ineptitud se mantiene intacta entre sus opositores, que se quedaron sin champán ni papel higiénico.
Henrique Capriles desea actuar democráticamente en un país gobernado por fascistas, sin comprometerse en la lucha popular. No es contrincante para Maduro, como no lo fue para Chávez.
Leopoldo López, en uno de los actos políticos menos inteligentes de la historia, teniendo el apoyo de millones de personas, se entregó al gobierno para que lo encarcelen, con la idea de que los demás peleen por él en las calles y en algún momento, si triunfan, lo liberen para sentarlo en el trono.
Frente a semejante mediocridad apareció por fin una cabeza que puede encaminar a la oposición hacia la revolución que hace falta en Venezuela y en Sudamérica.
María Corina Machado es una diputada fogueada, que sobrepasa a los anteriores, en un país desesperado por encontrar un líder.
Si Machado es perseguida o encarcelada, como ella misma vaticina, el pueblo volverá a salir a las calles a protestar contra Maduro y sus compinches, pero tendrá que nacer otro nuevo guía para dirigir a las masas.
La elección de Maduro no fue democrática, tampoco lo es su constitución, de manera que su régimen no es legítimo. En dichas condiciones el pueblo es el que debe retomar el poder.
Si el gobierno norteamericano dejara de comprarle petróleo a Caracas, y estableciera junto a la UE un bloqueo económico asfixiante sobre Venezuela, Maduro estaría acabado.
La Casa Blanca se anotaría muchos puntos en el match que está perdiendo contra Rusia sobre el dominio global, aplacando la presencia militar moscovita en Venezuela. También pondría en jaque a Irán que tiene fuerte presencia en ese país y ha establecido un punto de operación para Jisbalá más cercano a Estados Unidos de lo que le conviene a Washington.
Machado es la persona adecuada para iniciar la revuelta que ponga fin a los dictadores populistas del neocomunismo latinoamericano. Sin Maduro; ni Rusia, Cuba e Irán en su entorno, la libertad y la democracia verdadera pueden volver, aunque deba recurrirse a la violencia. La victoria sobre los fascistas sólo se obtiene por la fuerza.
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