Por José Brechner
La canonización de 813 personas en un solo acto, es un hecho sin precedentes en la historia de la Iglesia Católica.
Los mártires declarados santos, fueron asesinados por los turcos en el siglo XV cuando éstos invadieron el puerto italiano de Otranto con el propósito de convertir a los católicos a su fe y los cristianos se negaron a someterse a Mahoma.
En el año 1480, después de conquistar en 1853 Constantinopla (Hoy Estambul) y provocar la caída del Imperio Bizantino, el Sultán Otomano Mehmed II, planeó invadir Roma utilizando Otranto como punto de ingreso a la península.
Los combatientes católicos se encerraron en la Catedral para defenderse. El líder de la resistencia fue un zapatero llamado Antonio Primaldo, que fue el primero en ser decapitado. Los demás correrían la misma suerte.
La población local batalló infructuosamente contra los musulmanes durante el sitio que duró una semana, y los soldados del ejército otomano arrasaron con el pueblo, asesinando a todo hombre de 15 años para arriba. Es a ellos a quienes El Vaticano rindió homenaje.
Siendo su primera acción trascendental como pontífice, el mensaje de Francisco I a los musulmanes no podría ser más claro y directo, sin embargo parece contradecir su discurso en busca del diálogo con el Islam y las demás religiones.
Ocurre que la decisión de canonizar a las víctimas de Otranto no fue idea suya, sino del Papa Benedicto XVI, que firmó el decreto el 11 de Febrero, el mismo día de su renuncia.
El legado pontificio de Benedicto es el mensaje que quiso compartir sobre su preocupación por las persecuciones y crímenes cometidos contra los católicos en los países árabes y otros sitios donde dominan los islamistas.
Los asesinatos de Otranto son iguales a los que se están cometiendo en El Cairo con los coptos; a los que perpetraron los musulmanes en el Líbano con los maronitas y a los que ejecutaron el Hamas y la Autoridad Palestina en Cisjordania desde que los musulmanes tomaron control del lugar.
Francisco I, consecuente con su predecesor, y plenamente consciente de que el enemigo más temible que siempre enfrentaron los cristianos, son los musulmanes, actuó con propiedad.
Durante el acto de canonización en la Plaza de San Pedro, el Papa no mencionó ni una sola vez la palabra Islam. Ese detalle nos los dejó a los periodistas.
¿Precaución? Sin la menor duda, pero no podrá durar mucho tiempo. En algún momento Francisco I y todo el mundo judeocristiano deberá enfrentar de frente, con nombres y apellidos, y con las armas, a los enemigos de nuestra civilización. Tal como hace Israel.
Los musulmanes tienen su misión jurada desde que inventaron su religión. Los que perdieron el rumbo son los políticamente correctos, incluida la izquierda israelí, que piensan que es posible hallar un “punto de encuentro” con esta gente.
Otranto sirve para recordar que los musulmanes no han cambiado una pizca en los últimos 500 años y no tienen la más mínima intención de hacerlo.
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