Por JOSE BRECHNER
Entre el placer que producen el poder y el dinero, el poder sobrepasa a las posesiones materiales.
El dinero puede ayudar a obtener cierto poderío que se limita al dominio sobre los que dependen de uno, o sobre aquellos que creen que pueden obtener alguna ventaja fruto de una interesada amistad.
El poder real, el político, aquél que hace que todos te respeten, quieran o teman, está reservado a pocos.
Un nuevo vehículo, una nueva casa, barco, vestido o cartera, te harán felices por unos días, pasado ese tiempo, la felicidad no crecerá con más bienes materiales. Los momentos felices son los que se comparten con los amigos, los familiares, los seres queridos.
Si alguien en el lecho de la muerte recuerda como el momento más feliz de su vida, el día en que se compró el Mercedes, es indigno de haber vivido. Seguramente nadie llorará en su funeral, con excepción del gerente de la concesionaria de automóviles.
El poder político es adictivo pues puede acrecentarse, no sin desencadenar cierto grado de narcisista locura, por eso no es inusual que los tiranos quieran quedarse en el gobierno eternamente y los presidentes democráticos busquen ser reelegidos.
Latinoamérica alberga a varios despóticos especímenes que quieren perdurar para siempre glorificados por su claque de mediocres. Hoy no hablaremos de ellos.
Nuestro tema de interés esta semana es un perturbado jovenzuelo norcoreano --que heredó los complejos ególatras de su padre y su abuelo-- quien amenaza con atacar las bases militares de Estados Unidos en el Pacífico Sur.
El ridículo Kim Yong-un, está empleando el estilo amedrentador de su antecesor para ganar renombre en su país, porque más lejos de Corea del Norte su popularidad no llega, ni sus misiles tampoco.
Su padre, Kim Yong-il, acostumbraba hacer algún desplante, poniendo en estado de alerta a sus vecinos durante algunos días, para demostrar a sus súbditos que seguía siendo el hombre fuerte. Después de perdonarles la vida a sus enemigos, retornaba a su esplendorosa existencia.
Kim Yong-il tuvo de aliado incondicional a China, que hacía que sus amenazas fuesen tomadas con seriedad por Estados Unidos, Japón y principalmente Corea del Sur. El reprise está proyectándose, pero ese espectáculo está cambiando o debe cambiar.
A la China de hoy no le convienen las guerras de sus amigos con los Estados Unidos, porque una confrontación con la superpotencia haría tambalear sus intereses en Wall Street. La bonanza económica de China depende de la estabilidad norteamericana. Las bravatas de Corea del Norte la descolocan.
Lo probable es, que como en el pasado, el impasse termine en nada, pero como nadie conoce claramente el grado de demencia del novato dictador, su actuar es impredecible.
No sería mala idea que esta vez Corea del Sur, Japón y Estados Unidos, destruyan al régimen comunista, mientras China permanezca de observador.
Una sola Corea genuinamente democrática bajo el control de los sureños, sería como la actual Alemania. El desarrollo surcoreano contagiaría inmediatamente a su hermano del norte y la nueva nación se convertiría en una potencia económica de mayor nivel.
Su tecnología está igualando y sobrepasando a la japonesa con incontables productos, Samsung y KIA son marcas establecidas como SONY y Toyota.
Si la nueva administración china es consciente de que en un mundo de paz y democracia, su desarrollo y poderío se incrementarán, debería ponerse del lado de los que serían mejores socios comerciales y políticos, y le convendría dejar a Corea del Norte a merced de su fatal destino.
El presidente chino Xi Jinping se muestra como un líder moderno que quiere integrarse con Occidente. Está en sus manos convencer a su partido de no entrometerse en el conflicto y sembrar un apacible futuro. Claro que eso es tan fácil como ser Estados Unidos y observar desde la distancia que México le declare la guerra a Canadá.
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