JOSE BRECHNER
De acuerdo al calendario maya, el mundo se acabará el 21 de Diciembre, lo cual es más que seguro para aquellos que no amanecerán el 22. Para los demás creyentes en la sabia cultura de los habitantes precolombinos es una buena oportunidad para dejar de hacer aquello que no les place y darse los gustos que siempre quisieron.
Si son empleados, podrían mandar a su jefe a ese lugar conocido por todos pero impronunciable en los periódicos. Podrían decirle a sus esposas que no las aguantan más y viceversa. Tienen la oportunidad de irse a Las Vegas y gastarse sus ahorros en mujeres y juego; en fin, posibilidades de disfrutar al máximo del último día de existencia de la humanidad no escasean.
La estupidez predominante anuncia el cataclismo y hasta en los más cultos y ocultos confines de La Tierra hay apocalípticos personajes preparándose para el papelón del siglo. Le sucedió en el pasado al cerebro de pepino, Paco Rabanne, el diseñador de modas español, que en 1999 predijo que la estación espacial MIR iba a caer sobre Paris coincidiendo con un eclipse que según el sastre señalaba el acabose. Previendo la catástrofe, el costurero vidente se llevó a sus inteligentes modelos a puerto seguro.
Carl Sagan, el astrofísico más respetado del siglo XX, escribió un libro intitulado “Un Mundo Plagado de Demonios. La Ciencia Como una Luz en la Oscuridad”. (The Demon-Haunted World: Science as a Candle in the Dark) en el que cuestiona a aquellos que sin ninguna prueba científica proclaman monumentales idioteces a las que se adscriben millones de individuos.
Una de las bobadas que más seguidores arrastra es la de los OVNIS y extraterrestres. A todos los humanos pensantes nos fascina la idea de encontrar vida en otros planetas. De eso se trata toda la investigación espacial, y se han invertido cientos de miles de millones en radares, telescopios, cohetes, satélites y tecnología que pocos pueden vislumbrar, para saber si somos los únicos en este infinito universo, pero aún no existe ninguna evidencia científica al respecto.
No obstante se venden libros y se hacen documentales televisivos en los que se muestra a campesinos de algún remoto lugar a los que se les apareció un plato volador, se bajaron de él unos tipos calvos, cuasi humanos, delgados, lampiños, de rostro triangular y ojos gigantescos, que los metieron en su nave, los echaron en una camilla de estilo quirófano y les introdujeron una manguera en el recto. Después de varias horas o días, difíciles de determinar porque los secuestrados no recuerdan esa parte, aparecieron con menos neuronas que antes para relatar su historia.
Las profecías mayas son parte de ese mundo plagado de demonios, donde las pseudo-ciencias apabullan al conocimiento comprobado.
El fenómeno de creer en aquello que nos da la gana incluye a las religiones, que hasta el momento han demostrado ser lo más peligroso de todo lo no demostrable, pues tocan fibras profundas que se convierten en convicciones absolutas que pueden llevar al fanatismo. ¿Existe el paraíso, la vida después de la muerte? No hay nadie que pueda verificarlo, pero la idea de la salvación post mortem mueve a millones de personas y de dólares.
¿Para qué existen más de 400 mil millones de galaxias? ¿Hay algún clérigo que pueda responder a esa pregunta? Personalmente creo en un diseño inteligente, pero parece que su propósito resultó defectuoso en los terrícolas.
Para incomodidad de los más religiosos, se reveló que tres de cada cinco científicos no son creyentes en un Creador, pero dos sí lo son. La polémica puede durar toda la vida. En efecto, hace más de 5.000 años que el tema está en debate, pero por lo menos los científicos no se dedican a tirar bombas porque uno cree y el otro no. Ni tratan de convencernos de que el Dios de uno es mejor que el del otro. Son los menos doctos quienes se encargan de esas tareas.
Interesantemente se descubrió que el fanatismo religioso es equiparable al que se siente por una marca, por decir Apple o Ferrari. Cuando se habla de religión o una marca bajo un tomógrafo, se activan exactamente las mismas áreas cerebrales. O sea que una fanática de Chanel es tan peligrosa como un terrorista musulmán. Por fin entiendo a Paco Rabanne.
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