JOSE BRECHNER
La experiencia enseña que, en los Estados Unidos, el candidato que busca la reelección es habitualmente electo. De ahí que muchos se pregunten por qué Obama no tiene opositor en el Partido Demócrata cuando Hillary Clinton goza de mayor popularidad que él.
Los demócratas no quieren dividir al partido y Hillary, está cómoda en la Secretaría de Estado sin que Obama se inmiscuya en sus asuntos.
Por más incompetente o nefasto que Obama sea para la seguridad, la hegemonía y especialmente para la economía norteamericana, su único contendiente será el candidato escogido por los republicanos.
Lo más parecido a la situación actual sucedió en 1980 cuando Jimmy Carter, después de su fracaso como estadista, se enfrentó a Ronald Reagan perdiendo avasalladoramente en todos los estados de la unión.
Carter fue el Gran Inútil. Sus dotes intelectuales y pensamientos no han cambiado; ratificando el conocimiento científico de que la inteligencia es genética e inalterable. Obama, igual o más inepto, es mejor en lides de campaña.
El drama electoral lo está sufriendo el Partido Republicano que aún no encuentra su postulante ideal. No hay ninguno que goce de la agilidad mental, perspicacia, sentido del humor y carisma de Reagan.
En inteligencia, Newt Gingrich supera a sus adversarios. Tal vez su problema es ser demasiado inteligente para el público. Gingrich, de lejos, es el mejor preparado para hacer frente a la crisis, tiene medio siglo de experiencia política y trabajó codo a codo con Reagan.
El líder en las votaciones y encuestas; Mitt Romney, es el clásico multimillonario que confía en que porque supo dirigir grandes negocios puede manejar un país. Se jacta de ser “empresario y no político”. Si no se califica como político, es porque obviamente no tiene la idoneidad para serlo.
Los empresarios en política son propensos a cometer costosos errores pues generalmente son triviales, timoratos y autoritarios.
Mitt Romney es un hombre que llena el perfil conservador-moderado del americano promedio. Es sonriente pero aburrido, se maneja con preceptos republicanos genéricos, no se juega por nada, y, obviamente, no dice nada nuevo.
Cinco años de campaña le están redituando éxitos, pero sus contendientes le pisan los talones. Ganó en dos estados; le faltan 48.
Frente a una situación electoral inusual, empiezan a tomar importancia las candidaturas de los postulantes de menor calibre: Ron Paul, un libertario sin remoto entendimiento de política internacional que es más izquierdista y peligroso que Obama; y dos políticos más jóvenes y desconocidos, Rick Santorum y Jon Huntsman que brillando esporádicamente pueden dar sorpresas, pues la gente quiere caras nuevas.
Santorum, un senador católico de profundas convicciones religiosas, se opone no solamente al aborto, que es un tema debatible, sino a los anticonceptivos, asunto que lo aísla de la corriente de pensamiento mayoritaria.
Jon Huntsman fue gobernador de Utah y reciente embajador en China. Todavía no dijo nada relevante. Igual que Romney, es mormón, lo que no es bien visto por muchos norteamericanos, que consideran a la Iglesia de los Santos de los Últimos Días un culto, o una desviación exagerada del cristianismo. Este es el principal obstáculo que enfrentan ambos aspirantes.
Encuestas realizadas por la CBS muestran que 58% de los republicanos no se encuentran satisfechos con sus candidatos y sólo 37% lo están. Con un 30% de aceptación por cualquiera, en el mejor de los casos; hasta fines de Febrero puede surgir alguien nuevo o inesperado que se lleve la corona.
Por el momento las primarias son enigmáticas, aunque los medidores dan pautas. Según éstos, Newt Gingrich ganaría en Carolina del Sur y La Florida. Este último es un estado por tradición republicano de enorme importancia nacional por el gran número de votos electorales que tiene en las elecciones generales.
Si Gingrich vuelve a tomar la delantera y obtiene finalmente la nominación, la contienda presidencial será excepcionalmente desafiante para Obama, que no tiene la capacidad para enfrentársele en un debate. Con los demás, aunque las posibilidades sean difusas, los demócratas podrían volver a tomar la Casa Blanca y terminar de destruir lo que no completaron en cuatro años.
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