JOSE BRECHNER
Creer que los asuntos económicos y afectivos se mejoran con decretos, es una de las grandes estupideces de los aprendices de estadistas. El ejemplo más discordante de la historia, que sigue siendo símbolo de la incoherencia humana, es el lema de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Donde hay libertad no puede haber igualdad pues cada ser humano es diferente. ¡Gracias a Dios, sino este mundo sería sublimemente aburrido! Y donde hay igualdad no puede haber libertad, pues si somos libres y auténticos no es natural que seamos iguales. Eso sólo ocurre por la fuerza y no perdura. Ahí está el ejemplo de los chinos que tenían inclusive que vestirse como mandaba Mao. (Famoso diseñador de modas para los brutos de la izquierda moderna).
Pero el más estúpido de los tres enunciados franceses es el de la “fraternidad”. ¡Yo te quiero porque la ley lo impone! Es como decirle a Pedrito que vaya a jugar con Juanito, aunque éste le caiga tan bien como una patada en el coxis.
El de la fraternidad obligatoria, nada menos que proveniente de los franceses que son detestables por ese don tan particular que tienen, es el súmmum de la imbecilidad. Obviamente, les está costando caro, igual que al resto de Europa, por su multiculturalismo “obligatorio”, pero políticamente correcto. Deben adorar a esas espectaculares y sensuales musulmanas con el chador, la burqa y los otros trapos con los que se envuelven y se tornan irresistibles. Ni qué decir de los sinceros lazos de amistad que deben entretejer con sus encantadores, cultos y fraternales maridos y hermanos.
Entre esta lista de estupideces por decreto, existe una más moderna: la creación de una moneda única para Europa. No importa que el español no tenga ni un moco semejante al de un alemán, o que el italiano esté derrochando su salario, disfrutando del fin de semana entre amigos, mujeres y vino mientras el austriaco está entretenidísimo podando el césped de su jardín. Por decreto, todos deben manejar el mismo padrón monetario y pretender que lo van a hacer de la misma forma.
Una payasada semejante se mandaron los genios economistas de la Argentina en los 90 culminando en la crisis económica más funesta que vivió ese país, porque “por decreto”, decidieron que el peso argentino tenía el mismo valor que el dólar. El famoso “uno a uno”, que hizo que a los argentinos se les suban los humos hasta llegar a Norteamérica, donde los estadounidenses les dejaban entrar sin visa.
De la noche a la mañana, argentinos y norteamericanos estaban a la par, como si la concepción del manejo financiero fuese la misma, y como si las reservas, los niveles especulativos y consecuentemente inflacionarios que caracterizan a los gauchos fuesen iguales a los de los yuppies de Wall Street.
El país más patético del tercermundismo latinoamericano, pues siguen idolatrando a Perón y robando de las arcas del estado como les enseñó su jefe, se convirtió por decreto, en sabio y prudente, queriendo igualarse nada menos que con el más rico, precavido y avanzado. El resultado final fue mortal, 60% de la población argentina se hundió en la pobreza.
Algo parecido está empezando a suceder en Europa, pero debido a que todavía hay países que aguantan pues ahorraron y siguen produciendo, van a prestarles a los caídos 1.35 billones de euros para que no se desmoronen más, de lo contrario grandes y chicos se irán por el caño.
La solución no es solución, por las razones antes expuestas. Un griego no maneja su economía como un irlandés, ni un chipriota como un finlandés, y todos somos diferentes y así debemos seguir siendo. Es la ley de la naturaleza. La política no cambia el mercado. Es el mercado el que cambia la política. Si Europa se cae, se cae el planeta.
Con Estados Unidos manejado por soberbios irresponsables fiscales. Con los chinos manipulando su moneda para aniquilar cualquier competencia. Con los bobalicones socialistas del siglo 21 llegando a su fin, pues se les terminarán las cuantiosas exportaciones de commodities, ya que nadie podrá comprárselas. Se viene un cataclismo socioeconómico que hará que todos metan el dinero debajo del colchón, aunque éste no les aguante un involuntario gas intestinal entre sueños.
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