JOSE BRECHNER
Mubarak ha sido un presidente pro occidental, moderado, que manejó Egipto con prudencia, y también dureza, como se hace en el mundo árabe. El vecindario es visceral, volátil y violento.
Sensato y confiable, Mubarak, militar y estadista de palabra, mantuvo estable por 30 años la paz con Israel, irritando a la mayoría de sus correligionarios musulmanes extremistas.
Por el momento, el orgasmo revolucionario que recorre el mundo progre por haber derrocado a un presidente amigo de Occidente sigue alegrando a la mitad del planeta. No a la mitad pensante.
Los dos más felices son Barack Obama y Mahmoud Ahmadinejad.
BO salió a defender el levantamiento apenas se inició, recalcando que “es la revolución del pueblo que salió a las calles”; “que hay que defender los derechos humanos de los egipcios”.
“El pueblo” fueron 200.000 alborotadores en una ciudad de 6,75 millones. Egipto tiene 80 millones de habitantes, lo que significa que los vándalos callejeros fueron el 0,25% de la población del país.
Considerando la misma proporción, Obama debió haber renunciado a su puesto hace más de un año, porque las manifestaciones importantes en su contra sumaron más gente.Cualquier demostración de más de 750.000 personas en Estados Unidos, equivale a más del 0,25% de la población norteamericana. De esas hubo varias.
Cuando en Junio de 2009 el pueblo salió a las calles de Teherán y otras ciudades iraníes, protestando contra el fraude electoral de los ayatolas que ratificó a Ahmadinejad en el poder, fueron millones los manifestantes.
El gobierno iraní reprimió con fuerza, cortó las transmisiones de internet, celulares y otros medios. Tampoco permitió el acceso a la prensa internacional. Barack Obama entonces no abrió el pico y cuando fue cuestionado, dijo que, Irán es un país soberano, que Estados Unidos no puede opinar ni interferir en sus asuntos internos.
Frente a los acontecimientos en Cairo, Mahmoud Ahmadinejad felicitó a los “revolucionarios” y dio la bienvenida a “un nuevo Oriente Medio sin la interferencia del régimen sionista y los Estados Unidos”.
¿Por qué Barack Obama comparte la misma felicidad que el enemigo más grande de los Estados Unidos? ¿Por qué apoyó la revuelta contra Hosni Mubarak, el principal aliado árabe de Washington, pero no salió en defensa del pueblo iraní en 2009 que está sojuzgado por el régimen más represivo de Oriente Medio?
La respuesta está a la vista de todos, pero nadie se atreve a soltarla con excepción de Glenn Beck. Barack Obama antes que cualquier otra cosa es un musulmán, aunque para los musulmanes es un apóstata porque renunció al Islam el día que se casó en una iglesia.
En el Islam, el apóstata está por debajo del infiel y merece la pena de muerte. El infiel, por desconocimiento de la “religión verdadera” tiene la opción de corregirse y adoptar el Islam. Hasta se le permite vivir, siempre que acepte la Sharia.
Obama y Ahmadinejad están contentos porque el único grupo organizado en Egipto para hacerse del poder, después de un periodo de transición que durará un mínimo de seis meses, es la Hermandad Musulmana.
Su credo es:
- Alá es nuestro objetivo.
- El profeta es nuestro líder.
- El Corán es nuestra ley
- La Yijad es nuestro camino.
- Morir por Alá es nuestro mayor deseo.
Según Obama, los Hermanos Musulmanes son moderados y constituyen apenas 20% a 30% de la población.
Considerando que sería un régimen parlamentario el que se impondría en Egipto --si todo sigue el curso alentado por Mr. Obama-- con 20% de los votos se puede acceder al poder. Es lo que sucedió en Líbano y hoy Hizbalá controla el gobierno.
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