JOSE BRECHNER
Puede ser que China criticó a Corea del Norte privadamente por su ataque sobre Corea del Sur en la isla de Yeonpyeong, pero condenó a Corea del Sur y los Estados Unidos por conducir prácticas navales en aguas internacionales sobre la costa de la península coreana.
Ese comportamiento es característico de la extrema izquierda. Por más de medio siglo han obrado de igual forma. Se concentran en aumentar su poderío militar secretamente y hablan de preservar la paz públicamente.
Simultáneamente, las democracias son blanco de las críticas mediáticas por su poderío bélico, la disposición de sus fuerzas armadas, y la práctica de juegos militares, que los comunistas no pueden efectuar con mucha frecuencia porque no les da su presupuesto.
Si las democracias occidentales hacen el mismo tipo de acusaciones, los izquierdistas las niegan e insisten en que no se metan en sus asuntos.
Por absurdo que suene este comportamiento, es lo que ha venido sucediendo por décadas. Es la misma conducta que emplean los árabes con Israel, con indudable éxito, gracias al colaboracionismo de la prensa progre.
Beijing ordenó recientemente a sus barcos pesqueros estatales, que se metan en aguas internacionales donde se encuentran naves de guerra japonesas y norteamericanas cercanas a China. El mensaje enviado fue: “Lo que es mío es mío y lo que es tuyo es negociable”.
Corea del Norte al atacar a Corea del Sur, le dijo: “Dennos más comida y combustible o les atacaremos alegando autodefensa”.
Corea del Sur y Japón, están hastiados de ser extorsionados por el gobierno norcoreano, y no están dispuestos a seguir proveyéndole de comida gratuita, a menos que Pyongyang cese la construcción de su nueva planta enriquecedora de uranio y detenga su escalada armamentista nuclear. Lo mismo exige Estados Unidos.
Corea del Norte se niega a aceptar esas condiciones y emprendió una nueva táctica, disparos mortales sobre Corea del Sur, que han llevado a la crisis actual. Más de la mitad de la población surcoreana se encuentra en el rango de alcance de las armas norcoreanas.
Corea del Sur tiene más para perder en una guerra con Corea del Norte, pues Seúl se encuentra apenas a 50 kilómetros de la frontera. Los surcoreanos se preocupan por la seguridad de su población, mientras que a Kim Jong-il le importa un bledo su gente.
Muchos surcoreanos demandan una respuesta militar, pero la mayoría de la ciudadanía prefiere evitar una guerra. Las tensiones siguen elevadas.
El desenlace de este largo tira y afloja, dependerá de si Beijing continuará apoyando a Pyongyang o no. Desde el punto de vista económico le conviene la caída de la dinastía Kim para beneficiarse del comercio con Seúl. Desde el ángulo geopolítico, Corea del Norte le da ventajas estratégicas.
China es el único aliado fuerte que le queda a Corea del Norte. Estados Unidos se mantiene como su enemigo desde la guerra (1950-1953) en la que peleó del lado de Corea del Sur.
Kim Jong-Il, consciente de que un enfrentamiento bélico puede destruirlo, ha optado por negociar con las otras potencias nucleares sobre la mesa del diálogo, invitando por primera vez a la representación norteamericana en la figura de Bill Richardson, gobernador de New México, un hábil diplomático mexicano-americano que estuvo anteriormente en Pyongyang para facilitar la repatriación de los cuerpos de soldados norteamericanos caídos en la guerra.
La situación es grave. La negociación con Corea del Norte significa, que si se mantienen los Kim en el poder, Pyongyang seguirá vendiéndole armas a todos los extremistas. Mientras que si cae la dictadura norcoreana, las dos coreas se unirán en una sola, dirigida por los surcoreanos, tal como sucedió con Alemania Federal y Alemania Oriental.
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