JOSE BRECHNER
Julian Assange, el creador de Wikileaks --el website que se hizo famoso denunciando violaciones a los derechos humanos en China, asesinatos en Kenia; para posteriormente revelar secretos del Pentágono, actividades ocultas sobre la guerra en Irak, emails de Sarah Palin, y miles de documentos acerca de los servicios de inteligencia occidentales-- está comiéndose las uñas desesperadamente, presagiando su propio fin.
No es para menos, cuando te metes a hurgar sin autorización los armarios privados de todos los vecinos, no puedes esperar que te aplaudan. Sin embargo, Assange fue felicitado y premiado por periódicos y organizaciones de renombre como New York Magazine, The New York Daily News, The Economist, Amnesty International, y varios más.
Es que al principio, la divulgación de las atrocidades cometidas por los gobernantes comunistas, fue impactante. Se jugaban la vida los disidentes chinos. Pero una cosa es ayudar a quienes luchan por la libertad y otra muy distinta es poner la libertad en peligro, publicando secretos sobre operaciones tácticas de los países democráticos en guerra contra el terrorismo y el totalitarismo.
Assange evidentemente no tiene ideología, aunque se declara antiamericano. De 39 años, es un infantil hacker que se creyó más vivo que el resto. Lamentablemente, con todo su genio, no fue suficientemente inteligente como para entender el juego político. Por no saber diferenciar entre los buenos y los malos, no lo quieren ni unos ni otros.
Con su capacidad cibernética, más el apoyo voluntario de otros hackers, Assange logró hacerse famoso, pero la fama en el cementerio no es divertida. Los talibanes, de quienes ha revelado operaciones secretas y los nombres de 1.800 espías afganos incrustados en sus filas, lo tienen sentenciado.
Por destruir la privacidad de la seguridad internacional de Occidente, que tantos millones y personal les cuestan a los gobiernos para protegernos, Assange hoy no puede volver a su Australia natal, no puede ir a los Estados Unidos, no puede viajar por Europa. Vive paranoico, correteando sin rumbo, sin encontrar un país que le dé cobijo.
Para agregar preocupaciones a su atribulada existencia, está acusado en Suecia de dos cargos de violación, lo que ayuda a imaginar la clase de temperamento y psicopatía que contiene su retorcido cerebro. Sus ex colaboradores, que cada día son más, lo califican de egocéntrico, autoritario, con delirios de grandeza. ¡Si fuera sudamericano sería presidente!
Entre los superdotados brutos notables, Assange sin duda va a ocupar un sitial de renombre. Con todo a favor para ser un héroe decidió convertirse en villano, sin ton ni son. Su ego fue más fuerte que su inteligencia.
Las contradicciones que rodean a Julian Assange, son pasmosas. No dejó que nadie comparta el podio con él en Wikileaks y se mostró como el único responsable del sitio. Tampoco hubo muchos de sus 800 colaboradores dispuestos a poner la cara, los participantes en el hackerío sabían que acariciaban el peligro.
Assange pudo hacerse multimillonario ofreciendo servicios de inteligencia a gobiernos o empresas privadas. Pudo convertirse en un adalid de la libertad, ayudando a los disidentes de China, Cuba y los países árabes. Podía dedicarse a fabricar nuevos sistemas de seguridad para la industria del software, como hacen muchos ex hackers. Las oportunidades para el australiano estaban desparramadas por todo lado.
Hoy no tiene adónde ir, está enemistado con los gobiernos del mundo entero, se le fueron los amigos personales, tal vez no tenga dinero, y para mayor desgracia, sin existir cargos punibles para procesarlo por sus travesuras cibernéticas, lo van a enjuiciar por violador. Irónicamente, el lugar más seguro que le queda, es la cárcel.
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