JOSE BRECHNER
Desde que la progresía tomó el poder en América Latina, Venezuela se insinuó como el país más peligroso de la región, pero si Hugo Chávez es el comunista más loco y abiertamente ambicioso de la zona, muchísimo peor es Lula da Silva.
El “imparcial” deseo de Lula, de actuar como mediador entre Irán y el mundo libre, tratando de convencernos de que sus intensiones nucleares son pacíficas, después de haber firmado convenios millonarios con Ahmadinejad, y habiendo eliminado las restricciones del visado entre ambas naciones –asunto que sólo se hace entre aquellos que son muy, pero muy buenos amigos— lo descalifica para ser intermediario en cualquier cuestión del Medio Oriente. En realidad lo descalifica para cualquier cosa en cualquier parte.
Brasil puede tener mucha plata, gran población, extenso territorio y poderosa fuerza militar... para Latinoamérica. Pero no deja de ser un país del tercer mundo. Sus pretensiones de juez internacional, o de jugador en las grandes ligas, están bien para el fútbol. Más allá de eso, va a toparse con potenciales adversarios que pueden reducirlo a añicos.
Su alianza con Rusia, India y China, (BRIC), y la alta popularidad de su presidente, le están haciendo perder el contacto con la realidad. Si antes se creía “o país mais grande du mundo”, ahora está convencido de que lo es. Es espeluznante como Itamaraty, de ser un ente prácticamente independiente del poder central y habiendo sido ejemplo de cordura internacional, pudo pasar a convertirse en un enfermo delirante bajo la dirección de Celso Amorim.
Su apresuramiento en participar activamente de toda organización internacional, ya sean las Naciones Unidas, donde quiere ser miembro del Consejo de Seguridad, (nada menos que apoyando a Irán), Unasur, Mercosur; los Foros de Porto Alegre, de Sao Paulo, más cualquier vómito integracionista que aumente su poder, están en su agenda.
El gobierno brasilero transgredió normas, acelerando la candidatura de Dilma Rousseff, para que sea la ganadora de las próximas elecciones presidenciales, aunque todas las encuestas le dan la victoria a José Serra. Tal vez Lula tiene alguna estrategia secreta, aprendida de sus amigos Chávez, Morales y Castro, para perpetuar a su partido en el poder.
Si Rousseff gana, tratará de imponer un socialismo clásico de fuerte corte antiamericano. Latinoamérica se verá invadida por más terroristas de Hizbalá, aumentará el narcotráfico, el contrabando de armas, la violencia, y aparecerán ulemas tratando de convertir a los brasileros al islam. Si pierde, Serra tendrá que rehacer, o deshacer, los sinuosos convenios del actual gobierno, para demostrar seriedad y decencia.
Los subsidios populistas que hicieron querido a Lula, son un obstáculo para el real progreso brasilero y dificultan su transición evolutiva del tercer mundo al primer mundo. Si alguna vez se da ese proceso.
Sus inacciones económicas le sirvieron a Lula para mantener la estabilidad y el crecimiento en una época de bonanza, pero no es sólo el dinero en las arcas estatales el que hace grande a una nación. El PIB de Brasil lo coloca apenas en el puesto 113, mientras que el PIB per cápita lo ubica en el 103. El 26 por ciento de su población vive debajo del nivel de pobreza, y está entre los 20 países con mayor criminalidad.
Que Brasil esté pujando no quiere decir que sea una potencia, le falta mucho para llegar a serlo y hay muchos competidores con mejor preparación en busca del primer puesto. Le quedan décadas por delante para llegarle a los talones a los Estados Unidos o a los países europeos.
Si Lula, Amorim, y sus secuaces, creen que pueden destruir el equilibrio mundial, apoyando al régimen más intolerante y amenazador del planeta, se pueden llevar feas sorpresas, dejando abollado a su país, que sin duda tiene grandes posibilidades de éxito.
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