JOSE BRECHNER
El país del continente más difícil para emigrar, no es Estados Unidos, ni Canadá, sino México, que tiene las leyes inmigratorias más estrictas para quien intente afincarse en su suelo, o quiera visitarlo. Pero las restricciones no corren para los ricos norteamericanos y ciudadanos de la UE, que pueden viajar sin visa, establecerse, comprarse un hermoso condominio frente al mar y dedicarse a la buena vida, sino para aquellos que están peor que los mexicanos y puedan necesitar trabajo. El doble estándar de los mexicanos cuando se trata de temas de inmigración es notable.
Los mexicanos, que critican arrogantemente --como si tuviesen algún derecho-- que quieran deportarlos de los Estados Unidos si su status es ilegal; no aceptan a sus primos del sur ni de turistas. Si un sudamericano quiere ir de vacaciones a Cancún, tiene que presentar toda clase de documentos, que por poco incluyen la vacuna del perro, para demostrar que no se va a quedar, de lo contrario no le otorgan el preciado salvoconducto.
No obstante, el presidente mexicano amonestó a los Estados Unidos por sus leyes migratorias, cuando su función es construir un país que ofrezca a su gente condiciones de vida que hagan que quieran quedarse y no irse. Calderón tuvo la desfachatez de dar un discurso ante el congreso norteamericano, reprochando la nueva ley de inmigración de Arizona, y los descerebrados gobernantes de Washington le aplaudieron.
Todos los años los mexicanos festejan el “5 de Mayo”, en el que se jactan de haber ganado una batalla al ejército francés en Puebla en 1862. La celebración se realiza sólo en Estados Unidos, en México nadie le da importancia. La conmemoración es motivo para que algunos salgan a las calles de California, Texas y otros estados aledaños, con banderas mexicanas y trajes típicos.
Hasta ahí no hay problema, los irlandeses celebran San Patricio, los alemanes Oktoberfest, y así, otros grupos. Pero el 5 de Mayo, se ha convertido en una festividad para mostrar el orgullo de “La Raza”, una manifestación étnica cuyo nombre es de por sí chocante. Imaginemos qué pasaría si los caucásicos saliesen a celebrar el día de la raza “blanca”.
Hasta que Barack Obama llegó al poder, el 5 de Mayo era un día de alegría y simpatía compartido por todos, en que los norteamericanos comían más burritos y fajitas que de costumbre, y aprovechaban para rendirle honor a José Cuervo.
Este año, sin embargo, la fiesta se convirtió en motivo de peleas callejeras entre mexicanos y estadounidenses, porque los cuates se ofendieron de ver a los gringos con banderas norteamericanas. Es que la polarización aumentó en todos los ambientes y los ánimos están caldeados. No es por casualidad. Un presidente y un gobierno extremistas, sólo pueden llevar al extremismo.
El tema con México está cobrando calor, porque su frontera es por donde llega la mayoría de la droga e ingresan centenares de delincuentes ligados a los carteles. También es el punto de entrada de 90 por ciento de los terroristas islámicos a los Estados Unidos. Si se pueden introducir miles de ilegales, más toneladas de Cocaína, Marihuana y Éxtasis, obviamente también se pueden meter armas, explosivos y yihadistas.
Felipe Calderón está combatiendo a los carteles, pero la situación mucho no ha mejorado. Por otra parte, los mexicanos en Estados Unidos envían a sus parientes en México, mil millones de dólares anuales en remesas, y miles de millones más ingresan de la venta de drogas, de manera que el presidente mexicano critica porque le conviene.
La mejor parte de este carnaval de irracionalidad, intolerancia, falso fervor patriótico, y etnocentrismo, mezclado con imbecilidad y corrección política, es que los conflictos se originaron por una ley estatal, que no la leyó ni el Fiscal General, Erick Holder, ni la Secretaria de Seguridad Nacional, Janet Napolitano, pero ambos se opusieron a ella. En Washington está primando la ideología a ciegas, sobre el sentido común y la razón, y esa es la fórmula infalible para el desastre.
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