JOSE BRECHNER
“La ignorancia es inocente, la estupidez viene con la experiencia”. -Anónimo
Larry Whitten, un señor de Texas, compró un hotel al norte de Nuevo México, (New Mexico). Una vez in situ, decidió imponer nuevas reglas con sus empleados que son en su mayoría mexicanos, como la mayoría de la población del estado, (45 por ciento). Nuevo México no por casualidad lleva el nombre que tiene. Antes fue de los mexicanos.
El hotelero les prohibió hablar español entre ellos, además les dijo que tenían que americanizar sus nombres, de manera que Marcos fue rebautizado Mark. Carlos sería Charles, Domingo se llamaría Sunday, María de las Nieves: Mary Snow, a Porfirio, Lisandro y Eleuterio no sé qué nombre les tocaría. Ni qué hablar de Azucena, Dolores y su tía Encarnación.
Obviamente la prepotencia del jefe provocó la ira de los empleados y lugareños, hasta que trascendió a los medios. No olvidemos que el nombre del actual ocupante de la Casa Blanca no es muy inglés, por eso de chico lo llamaban Barry.
El asunto de fondo es, que habría que preguntarse si Mr. Whitten hubiese actuado de la misma manera si el personal fuese de origen europeo y hablase sueco, alemán o francés.
De acuerdo a la presuntuosa cultura popular, el francés le daría más nivel al alojamiento, y hasta podría ser parte del menú para ofrecer tacos y burritos con engreimiento: Galette de mais, et fine pàte de farine de blé, farcie de légumes et viande.
En sus comienzos, los inmigrantes europeos hablaron su idioma nativo hasta que aprendieron inglés. Lo mismo ocurre con los mexicanos, con la diferencia de que la inmigración es constante, y mantiene parte de su bagaje cultural, no sólo porque vienen del rancho de al lado, sino que son oriundos del lugar.
No está demás recordar, que en Estados Unidos no existe idioma oficial y en Nuevo México se habló español antes que inglés.
Los que nacimos al sur del Río Grande, soportamos ciertas inconveniencias que no son comunes a otros cuando emigramos al norte.
Se nos identifica como “hispanos” no por la lengua que hablamos, o la ascendencia cultural que tenemos, sino por nuestras características étnicas. Igual que a los “afroamericanos”.
También nos califican de “latinos”. Otro término utilizado fuera de contexto, porque más latinos que nosotros son los italianos, franceses y rumanos, pero nadie se refiere a ellos con ese epíteto, que conlleva cierta displicencia.
Estos subterfugios segregacionistas, son producto de la atrofiada mentalidad progresista que reemplazó el color de la piel, por el origen geográfico y la herencia cultural de las personas, ya que consideran de mal gusto definir a alguien por su raza.
¿Y cómo se puede identificar a alguien a simple vista, con certeza, si no es por su raza? ¿Cuál es la diferencia étnica entre un peruano, un boliviano y un ecuatoriano? ¿Entre un argentino, un uruguayo y un chileno?
Al tratar de disimular las diferencias físicas visibles, dándole un título antojadizo a la realidad evidente, las izquierdas contradicen la razón.
Si en Estados Unidos sucede un crimen donde el perpetrador escapa y hay un testigo, éste puede decir que el fugitivo era blanco, (eso está permitido). Negro, suena mal. Si era marrón, es peor aún, hay que decir que era, hispano, latino, o sudamericano.
Podría ser mexicano, lo cual significa que no es sudamericano, sino norteamericano, porque aunque a muchos no les guste, México está en el hemisferio norte. Más eso es duro de digerir para la progresía políticamente correcta.
Los “latinos” estamos varios escalones por debajo de la igualdad que proclaman los progres. Por eso se alborotan con exagerados gestos de simpatía, cuando un exponente de alguna minoría supera a sus congéneres. Si no lo logra por mérito propio, lo ascienden a elevados puestos sólo por su color o rasgos étnicos. Es el caso de Barack Obama y la Jueza Sonia Sotomayor. Para las izquierdas la apariencia es lo más importante. Se alimentan de frivolidad.
Paradójicamente, al procurar emparejar con su cultura a los que no se les parecen físicamente, los progres confiesan un racismo paternal. Están diciendo que cualquiera que no es blanco, es inferior, pero les satisface que llegue alto.
Ahora surgió una contrariedad adicional para los del sur. Nos confunden con árabes. La nueva descripción racial es: “de rasgos latinos o del Medio Oriente”. Un turco --y por si acaso me refiero a alguien de Turquía— blanco, y posiblemente rubio, no coincide con la especificación, de manera que éste puede pasearse por Manhattan con una bomba atómica sobre sus espaldas sin que lo incomoden.
Cuando iba al colegio había tres razas: blanca, negra, y amarilla. Parece que ahora existen más tonos. Si uno sale de compras con una mujer, aprende de matices insólitos: topo, petróleo, ceniza, ámbar, y otros que tampoco llego a discernir. Lo que indica que colores hay para expresarse.
No se puede definir con una simple mirada a una persona, o grupo humano, refiriéndose a su cultura, disfrazando sus rasgos étnicos. Eso es verdadero prejuicio; es racismo condescendiente.
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