JOSE BRECHNER
En 2005 pocos días después de las últimas elecciones generales en Bolivia, recibí un llamado del editor del periódico norteamericano “El Diario de América”, que me preguntó qué opinaba acerca del nuevo presidente Evo Morales. Mi respuesta fue instantánea. Le contesté que Morales era la versión boliviana de Idi Amin Dada.
Dada era el apodo con que lo llamaban sus compatriotas, porque gustaba de tener muchas mujeres, y decía que su concubina favorita era en realidad su hermana mayor. (“Dada” en suajili). Para disimular su relación extramarital agregó el mote a su nombre. El despiadado dictador que gobernó de 1971 a 1979 y fue conocido como “El Carnicero de Kampala”, era analfabeto, fue boxeador, cocinero y militar. Abandonado por su padre a temprana edad, se crió en el seno de una familia de agricultores perteneciente a la minoritaria etnia Kawa. El africano era musulmán, religión que eligió su progenitor renunciando al catolicismo. Amin murió en 2003 en Arabia Saudita, país que le brindó asilo político.
Con excepción de su elevada libido y apetito por las faldas, que lo distancia de Morales a quien no se le conoce ninguna hembra, el ugandés y el boliviano muestran similitud. Amin no brillaba por su inteligencia, no logró siquiera pasar el examen para ascender a sargento, pero como decía Napoleón: “En política la estupidez no es una desventaja”. Durante su sanguinario régimen murieron alrededor de 300.000 ugandeses. La película “El último rey de Escocia”, que le valió el Oscar y el Globo de Oro a Forest Whitaker por su estupenda interpretación del tirano, da una visión del temible genocida. Morales todavía no llevó a su país al matadero, aunque ya tiene en su haber decenas de muertos.
Antes de su ascenso al poder, bajo las instrucciones de Chávez, el cocalero sindicalista provocó violentas confrontaciones con el gobierno del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada que cobraron numerosas víctimas. En una riña murieron alrededor de 60 campesinos que bloquearon durante varios días la única ruta de acceso a populares centros de descanso, aislando a centenares de turistas y a las poblaciones del lugar. El ejército se vio obligado a movilizarse para remover el piquete, y los indígenas armados que impedían el tránsito, comenzaron la gresca disparando contra las fuerzas militares, que replicaron al fuego. Con su habitual desfachatez, Morales intenta ahora enjuiciar al que entonces era el Ministro de Defensa, Carlos Sánchez Berzaín, que obró juiciosamente, autorizando el envío de los soldados para despejar el camino y proteger el derecho de las personas a circular libremente.
La táctica de encontrar alguien sobre quien desviar la atención ante los problemas internos, es tradición entre los populistas. El que hoy está en la mira es el ex ministro que intentó restablecer la ley, en una nación que se encaminaba al caos absoluto con los petrodólares de Chávez, repartidos entre los caciques nativos a través de Morales. Un aliado circunstancial de los insurgentes, interesado en la caída del presidente Sánchez de Lozada, fue el entonces vicepresidente Carlos Mesa, quien ocupó la primera magistratura después de derrocar al titular, e hizo un papel soberbiamente mediocre, formando un gabinete con intelectuales progres, desubicados e ineptos. Después de su traición, Mesa emitió un decreto de amnistía contra los iniciadores del conflicto, impidiendo la investigación de los hechos, debido posiblemente a que él mismo se hubiese visto involucrado en el complot.
Evo Morales manipula los acontecimientos, miente groseramente, exuda hostilidad y para colmo finge ser bonachón, igual que Idi Amin. Su última payasada fue denigrar al embajador norteamericano en Bolivia, exigiéndole excusarse por haber replicado sarcásticamente a su discurso en las Naciones Unidas, donde dijo --molesto por las medidas de seguridad-- que la ONU debería mudarse a otro país. El diplomático estadounidense comentó que también podrían trasladar Disneylandia. La inocente broma no le causó gracia al resentido Morales que actuó como Dada, quien en su odio a los ingleses, fabricaba motivos para humillar al representante de Gran Bretaña en Kampala.
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