JOSE BRECHNER
De los seis premios Nobel: Literatura, Física, Economía, Medicina, Química y Paz, hay uno que lo puede recibir cualquiera porque no se requiere ser profesional ni científico, ni siquiera hay que saber leer y escribir para obtenerlo. Es el Premio Nobel de la Paz. El año pasado Literatura y Paz cayeron en manos de dos musulmanes. Tal vez hay muchos méritos individuales detrás de los receptores, aunque cabe cuestionar si el de la Paz otorgado a Muhammad Yunus, el fundador del Grameen Bank en Bangladesh, corresponde adecuadamente a las funciones realizadas por su galardonado. ¿Qué tiene que ver la paz con un próspero banquero? En definitiva nada.
Pese a que el Nobel de la Paz perdió su jerarquía desde que lo recibió Pérez Esquivel, Yasser Arafat, Rigoberta Menchú, Wangari Maathai y Jimmy Carter, sigue sirviendo de prestigiosa carta de presentación. Da inmunidad a sus receptores y les ayuda a ganar dinero. Sus premiados son invitados a pasear por el mundo bajo los auspicios de holgados anfitriones, dispuestos a pagarles generosamente por escuchar sus sabias palabras.
En el mundo al revés, los nórdicos buscan salvar el pellejo acomodándose políticamente, vanagloriando a cualquiera por más extremista que fuere, porque supone representar a “las grandes mayorías”. Esta vez el premio les tocó a los musulmanes, uno turco --Orhan Pamuk-- y el otro asiático, ambos claramente desapegados del fundamentalismo pero con la religión en común, haciendo ver que también existen los mahometanos moderados, por más que sean la minoría.
Los escandinavos perdieron contacto con la realidad, cuando los vikingos dejaron de hacer turismo por el planeta invadiendo otras regiones. Desde entonces se civilizaron y han estado promoviendo el socialismo en el tercer mundo, porque consideran que los países subdesarrollados tienen condiciones económicas, éticas y culturales semejantes a las suyas.
Su actual confusión es con los musulmanes e indígenas, también amantes del extremismo. Los nórdicos deberían notar que las banderas de sus países llevan la cruz como emblema. Ese es su pecado original de acuerdo con los principios islamistas e indigenistas. Ni los premios Nobel, ni el apoyo político harán que estos minimicen su odio hacia los rubios cristianos. Más bien les están dando ínfulas para diseminar la yihad y atizar su campaña anti-occidental desde una tarima respetable.
La popular expresión de “hacerse al sueco” no proviene del aire. Los escandinavos tratan de mostrarse ecuánimes y de mantenerse al margen de los acontecimientos del mundo, pero sus movidas cuentan en el tablero internacional. El Nobel es el Nobel y si su creador siguiera vivo, de seguro nunca hubiese llegado a manos de los individuos previamente mencionados, y no me refiero a los musulmanes galardonados.
El comportamiento del Comité Nobel de Noruega es cuestionable, porque ha distorsionado los motivos que hacen a la entrega de la presea, que originalmente estaban más allá del color político, la religión o la raza de los candidatos. El Nobel de La Paz se ha convertido en un premio a la demagogia populista.
Uno de los postulantes para este año es nada menos que el Gandhi indígena: Evo Morales, que está moviendo cielo y tierra a través de fundaciones, ONG y todo ente de prestigio internacional que le pueda dar renombre, para que le ayuden a llegar al podio. Conviene recordar que desde que Morales asumió el poder, en Bolivia se han ido produciendo enfrentamientos y muertes como con ningún presidente, y que su gobierno es más autoritario y represivo que muchos de facto del pasado. Como Morales es nada más que el humilde seguidor de Chávez, Castro, Ahmadinejad y Gadafi, lo lógico sería que el Nobel sea entregado primero a sus mentores, o podrían repartirlo colectivamente y dárselo a todos juntos, que bien lo merecen.
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